
“A mí me llama como una voz de adentro”
Por Claudia Lucero y Laura Tundidor
Andruetto, María Teresa. Veladuras – Norma, 2016
En nuestro recorrido por mares metafóricos, continuamos indagando en la caudalosa obra de otra escritora argentina, María Teresa Andruetto. Esta vez, nos sumergimos en Veladuras.
Escritora de voz singular, dulce, reconocible, amable (muy fácil de amar). Una voz, la suya, que canta nuestra tierra adentro en la que reconocemos las huellas de nuestra identidad.
Este número de Metafórica sigue el hilo conductor de la voz. Ha dicho la autora en diálogo con Sonia Tessa, que la seduce la singularidad de las voces porque tiene que ver con la singularidad de lo humano; lo cual es notorio en sus textos y esta novela no es la excepción.
Ya en el epígrafe de Horacio Castillo se enuncia la búsqueda de una voz que dé no solo sentido, sino entidad. “¿Fui yo en alguna parte? Dímelo porque no tengo quien lo diga: ni madre, ni padre, ni memoria.”
Aquí sí habrá una memoria, que se irá reconstruyendo a partir un largo relato que es una búsqueda, en la que la protagonista nos va descubriendo la “enfermedad de su alma.” Así, esta nouvelle se presenta como una historia de fugas, de bordes. Una mente quebrada que busca reparar el daño a través de su trabajo manual, junto al recuerdo del canto/voz de la madre/tierra. El paisaje que canta desde el silencio y las remembranzas de su abuela cantando.
Rosa nos va guiando por su pasado y su presente con las modulaciones de una voz que se reconoce parte de un linaje: el de su abuela, de su padre; de las voces que cantan bagualas del cancionero primitivo y sagrado, fusión entre el cantar del aborigen y el colonizador. Una voz que se luce llevando la melodía y la armonía, acompañada solo con el golpe percutido de una caja, como lo hacía su abuela paterna y lo trajo nuevamente Gregoria.
Al igual que los cantos de la abuela, el relato va repitiendo escenas rítmicamente. Pocas escenas que marcan la vida, pocos tonos son los que repiten las bagualas y alcanzan para dar cuenta de desigualdades, violencias, amores, injusticias y querencias. Desigualdades de género que persisten en la cultura original y en la del invasor, como cuando nos relata que “También mi abuela se llamó Rosa. Rosa Mamaní. Y crió solita a mi padre, lo que se dice sola. Lo tuvo, dicen, de un hombre que pasaba, que la preñó y siguió su viaje, de paso iba y así siguió, y ni siquiera su nombre, ni el apellido siquiera le dejó a mi padre. Era un hombre blanco, dicen…”
La voz que narra cantando con la tonada de su tierra, justa o injusta, aborigen o europea, desde el ritmo de la percusión constante en la que se instala la melodía aguda, poderosa.
A lo largo de todo el relato aparecerán las marcas de la oralidad; hay una insistencia en verbo “decir” propio de este registro: “Siempre era así, como le digo, todas las veces era así…porque él me dijo na mañana que lo que él hacía era buscar, adentro de uno… “Me llamo Rosa, como le digo.”
La voz es eje, columna vertebral. Rememora: “cantaba con voz chillona, que es como cantan aquí las mujeres y nadie más canta en ninguna parte, esa voz como de grito…” para narrar las penas que aparecen con frases como estribillos rítmicos que dan cuenta de sus penas, de cómo las ve, las siente y las cura.
De ella misma dirá: “a mí me llama como una voz de adentro”.
Será también el modo en que se enunciará su destino: “Oyó su voz y se le torció el destino, o mejor dicho, se nos torció a todos.”
La voz y el paisaje de los cerros en San Salvador de Jujuy: “Mi padre la escuchaba cantar esos cantos que él también cantaba, ha de haber escuchado otra vez cómo suena este mundo que él mentaba siempre, porque no había en ninguna parte lunas como éstas que nacen sobre el cerro, y porque –bien sabe- el cielo de acá, de estos linderos donde ahora estoy con mis enseres, es más celeste que ninguno y tiene su escarchado de estrellas por las noches. Y también porque hay sobre estas piedras colores que, en la ciudad, ni puede uno imaginarse.”
Cantar de la tierra, de las historias de amor a la tierra y sus pertenencias. Culpas, razones, tragedias de las que no se puede volver, solo sanar cantando y pintando
Volver lo nuevo viejo, mediante veladuras que restauren las penas.
Pero además de los colores de ese paisaje es de las pinturas, con los que trabaja en su oficio.
Nos explica Rosa: “primero uno cubre todo y después va sobando de a poco lo que tiene soterrado, que es siempre lo que duele y hay que soliviar. Es de ese modo como se cubre lo que estaba expuesto” donde se pone de manifiesto que solo nos habla de su labor de restauración de imágenes religiosas, sino también, del lento proceso para sanar.
Contar como quien va “sobando” para exponer lo que estaba cubierto. De eso se trata esta novela.
“Así fueron las cosas, doctora, tal como le cuento, porque Gregoria vino un domingo a nuestra casa y nos trajo a todos este dolor que se nos ha quedado adentro”.
Esta nouvelle es un canto. Cantar de la tierra mía, de los lamentos para volver a la tierra y descubrir verdades que permanecían veladas. Volver para restaurarse, para que lo nuevo se vuelva viejo y lo viejo esté sanado.
La historia es breve, el cantar eterno, los pocos hechos dejan un lamento que se transformará en cada estrofa para que junto a la protagonista corramos los velos de nuestra propia historia.