Año III

28 de septiembre de 2023, La Plata, Buenos Aires, Argentina

Ana Cagnoni – hoteles infinitos

2da. Mención en el Primer Concurso de Poesía 2021 organizado por Metafórica Revista con su poemario Hoteles Infinitos

En su libro la poeta entabla un diálogo con ella misma que se encuentra escrito como un soliloquio fragmentado, usando en todo momento un lenguaje cotidiano. Los poemas, que se deslizan con muy buen ritmo, contienen proposiciones que les otorgan cierta extrañeza. No encontramos títulos ni mayúsculas que indiquen el inicio de frase. La autora apuesta a lo visual borrando los límites establecidos: apenas se observa una línea horizontal que aparece luego del verso final, que más que una división, funciona como un pasaje, una pequeña hendija de luz que nos arroja al poema siguiente: “compuertas./las cerramos, o no. /en secuencia o simultáneamente. imposible entornarlas – /ni bien descorremos el pasador, se abren como empujadas por un alud”. 

La paradoja del infinito se cuela en la disposición de los poemas en el libro, así como en las inquietudes y reflexiones que manifiesta la voz poética sobre la idea del tiempo y los procesos (las estaciones, la muerte, la materia). Por momentos pareciera evadirse de lo real, es entonces cuando las imágenes recurrentes de bosques, lagos, montañas, campos nevados y desiertos dan cuenta de lo inconmensurable de la naturaleza de sus misterios.  Los poemas se arraigan en un marco donde las preguntas y las sentencias se suceden sin solución de continuidad.

Entrevista “Escribo porque me gusta. Para mí escribir es un espacio de plena libertad”

En esta oportunidad, Ana Cagnoni nos brinda una entrevista exclusiva en el número especial de Metafórica Revista.

MR- ¿Cuál fue tu primer contacto con la poesía?

A.C.- Hace unos años leí una entrevista a Amy Hempel. Yo estaba intentando escribir un cuento. Ella citó un poema de Jane Hirshfield sobre tres zorros. Lo busqué, lo leí, y dije: es por acá.

MR- ¿En qué momento escribiste el libro presentado en el concurso?

A.C.- Durante la cuarentena, y los meses que siguieron. Lo corregí con la ayuda de mi maestro, Jorge Consiglio. Miro para atrás y no entiendo cómo me hice el tiempo.

MR- ¿Por qué el libro presentado tiene ese título? 

A.C.- Surgió de una conversación que tuvimos en casa acerca del Hotel infinito de Hilbert, el matemático alemán (1). Yo no lo conocía. Me gustó homenajear a mi familia de esa manera.

MR -¿Por qué escribís? 

A.C. -Acá voy a citar a Kay Ryan: Porque me gusta.

MR -¿Considerás que el acto de escritura te ayuda a soportar la incompletud propia del ser humano?

A.C. -Sí. La verdad que una vez que empecé a tomármelo más en serio, no paré. Y como sigo teniendo bastante poco tiempo (no soy una persona que pueda dedicarse ocho horas por día y estar frente a un escritorio a ver qué se me ocurre) creo que eso hace que el momento que yo puedo utilizar para la escritura sea para mí precioso y lo más valioso que tengo. Entonces, quizás por eso se traduce este deseo o esta fuerza en la que una siente que puede demoler montañas, porque decís: “este es mi tiempo, se corren todos”

MR -¿Crees que escribir poesía tiene consecuencias? 

A.C. -Para mí escribir es un espacio de plena libertad. De hecho, a veces, escribo cosas que digo “esto por ahí ofende, quizás…” pero después digo “no, porque está escrito – un poco entre comillas – desde la ingenuidad”. Es decir, estoy observando, no estoy juzgando; lo hago con plena libertad y sin necesidad de justificar nada. Yo digo: “esto lo quiero escribir así porque se me antoja”, y a lo sumo al otro no le gustará, y bueno, será una pena… Una no escribe solo para una misma, pero ese es el mayor riesgo que se corre.

MR -¿Qué te convoca a escribir un poema? ¿Cuáles son los disparadores del deseo de escritura?

A.C. -Deseo de escritura hay siempre, en el sentido de ansiar ese tiempo y espacio para pensar, intentar. Que de allí surja un poema, es otra historia. El disparador puede venir de cualquier parte. Una noticia, una frase oída al pasar. El otro día leí un artículo de Thomas Nagel: “¿Qué se siente ser un murciélago?”. Ya el título es un disparador.

M.R. -¿Qué poetas te interesan particularmente? ¿Tu poesía dialoga con alguno de ellos?

A.C. -Me gusta mucho Kay Ryan, William Bronk, Fernando Pessoa, Rae Armentrout. Raymond Carver: me gusta incluso más como poeta que como cuentista. Ocurre que, cuando intento imitarlos, o dialogar con ellos, me enfrento a un fracaso seguro y rotundo. 

MR -¿Tenés alguna concepción particular de “la mirada poética” sobre el mundo y sobre vos misma?

A.C. -La mirada poética es, para mí, no apresurarse. No generalizar. No resumir. No simplificar. Preguntar desde la perplejidad. Empezar de nuevo, desde el principio. No hay nada establecido, nada que pueda darse por sentado.

MR- ¿Qué lugar juega la realidad compartida cotidiana en el hecho poético como recorte de la misma?

A.C. – No me interesa demasiado escribir acerca de mi vida, al menos no en el sentido anecdótico, ni acerca de lo cotidiano. A veces ocurre, pero, en general, cuando ingresa lo cotidiano en mi poesía, es como un globo que se desinfla. No necesariamente me pasa lo mismo al leer a otros autores.

MR- ¿Desde dónde partís en el abordaje investigativo sobre un tema en particular sobre el cual escribir?

A.C.- Información hay por todas partes. El desafío es enhebrarla en el texto con naturalidad. Dejar el ego afuera: no se trata de mostrar cuánto sabe uno del tema. ¿Qué le sirve al texto?

MR- ¿Es la metáfora un modo o estructura de vida en vos?

A.C.- La metáfora es un juego. ¿Hasta dónde puedo estirarla sin romperla? También es un juego, para mí, correrse de la metáfora. Hacer poesía con lo literal, con el mundo tal cual es. Sólido, concreto, material. Pero, a la vez, extrañado, absurdo incluso.

MR- Leyendote encontramos poemas que son en sí mismos una metáfora, no es un poema con introducción de metáforas -ya sean directas o indirectas- sino que el poema es la metáfora.

A.C. – Sí, es genial como lo decís. Tal cual, es una metáfora en el sentido de que está hablando de otra cosa en realidad.

MR- ¿Cómo podrías definir la relación entre imagen y concepto a la hora de escribir?

A.C.- A veces escribo un poema y, al releer, lo oigo hueco, pretencioso. Suele ser, entre otras cosas, porque faltan imágenes. Lo contrario también ocurre: Releo un poema y lo encuentro chato. No tiene vuelo. Ahí entran a jugar los conceptos. Es difícil el equilibrio.

MR- ¿Qué considerás que es lo que te define como poeta?

A.C.- Lo que busco es el movimiento. Que el poema nunca esté quieto. El desconcierto. Quiero poemas que no terminen de cerrarse. Que se abran, que se alejen y no vuelvan. El reto es no dejar al lector afuera. 

MR- ¿Cómo sería esto de no dejar al lector afuera cuando el poema tampoco lo dice todo? ¿Cómo sería ese juego?

A.C.- Para mí la línea es muy delgada, y también depende desde donde uno lo pregunte. Esto de dejar al lector afuera, a mí me ha pasado de escribir un poema y mostrarlo y escuchar: “esta frase me deja afuera”. Y decir, por ahí el lector necesita una pista más, algo más de donde agarrarse, que no quiere decir que uno ponga toda la información o que explique. Una pista más para permitir que el poema en el otro resuene como algo familiar si bien puede, a la vez, ser misterioso. Para decirlo de otra manera, hablar en el mismo idioma que el otro porque si leo una poesía en un idioma que no conozco, no va a significar nada para mí. Por lo menos hablar en un idioma que el otro pueda captar y que pueda tomar. Después, que no le guste o que le guste más o menos, es otro tema. Hacer espacio para que el lector complete el poema pero permitiéndole adueñarse también.

MR- ¿Qué encuentre su propio sentido del poema?

A.C.- Claro, también hay apuestas. Por ejemplo, hay una poeta que a mí me encanta que se llama Rae Armentrout. Sus poemas, en un punto, son realmente incomprensibles, porque yo creo que ella apuesta a eso. Son poemas con estrofas muy cortas, muchas veces separadas por asteriscos y que cambian de tema repentinamente. Yo creo que a veces la intención es esa, que es esa la apuesta, entonces una toma esa estética o no la toma. A mí me ha pasado, cuando trato de imitar a los poetas que me gustan, fracaso. Me ha pasado de leer mucho a esta poeta y sentarme a escribir algo que después el otro lee y me dice: “no sé qué decirte, no entendí nada” (risas) Quizás, se trata de apuestas que pueden ser exitosas o pueden fracasar rotundamente.

MR- Leyendo el poema “Desvío” se entiende eso de no terminar de decir todo, uno queda con la expectativa, con la necesidad de por lo menos imaginarse todo lo demás y seguir pensando en el tema, como si fuera un gran signo de pregunta, donde hay que trabajar para completarlo, ¿no? Es muy interesante ese poema.

A.C.- A mí me gusta cuando leo un poema así e intento escribirlo. A veces siento que logré ir por donde quería ir y a veces no. Cuando leo poemas de este estilo, me imagino como puertas que se van abriendo, y una dice: “bueno, en algún momento va a volver y me va a explicar o va a volver y cerrar una puerta que quedó abierta”. Y no, las puertas quedaron abiertas y yo seguí avanzando y ya está, llegué, terminó el poema. Y decís: “¡Pero vos me habías prometido…!”, y no, yo no te prometí nada (risas) Es como decir que no cierra sino que abre.

MR- Cuando decís que se abren puertas (y se pueden abrir infinitas puertas ) me acordé de una pintura que se llama “Cumpleaños” de Dorothea Tanning. (Se le muestra la pintura por internet)

A.C.- Precioso, me encanta. Me parece genial esta pintura para hablar de lo que estamos hablando. Creo que esta pintora siguió sus propias reglas, no hay otras reglas, y eso a la pintura y a la poesía le da una fuerza… Cuando el escritor y la escritora pueden decir:“esto es así porque lo decido yo”, y cuando quizás ese poema es demasiado -entre comillas- autoritario, el lector puede decir: “bueno, genial, pero a mí no me llega o no lo entiendo”. O sea, tiene que haber una conexión con el otro, porque si no el otro se queda pedaleando en el aire.

MR- Luego de la lectura de tus poemas coincidimos que tienen algo  de “fluir de conciencia”, aunque sea un procedimiento propio de la narrativa, eso parece tener que ver con esto que decís, que vas escribiendo en los momentos preciosos de tiempo que tenés. ¿Considerás lo mismo? 

A.C.- Sí, estoy de acuerdo. Y muchas veces la escritura da un sentido a la cotidianeidad. A mí me pasa de decir: “ya lavé los platos, hice la cama, trabajé, fui al supermercado, cambié los pañales”, un montón de cosas que una las toma como obligaciones y decís… bueno, pero la escritura me rescató.

MR- Escribir como una acción terapéutica, en algún punto…

A.C- Sí, en un punto sí, una acción sanadora, por ahí…

MR- ¿Considerás que la escritura ayuda a tomar decisiones?

 A.C.- ¡Sí! La verdad  pienso que a veces la gente que no está metida en lo que es el mundo de la escritura e incluso de la lectura, que se dedica a otra cosa o que tiene otros intereses, no puede comprender esto. A mí me pasó de dejar un trabajo en un momento porque me quitaba todo el tiempo que yo tenía disponible para escribir, y que me dijeran “no puedo entender esto que estás haciendo, qué sentido tiene” (risas) Bueno, el sentido lo tiene para una. 

MR- Fue una buena decisión, lograste una vasta producción y además obtuviste premios. ¿Tenés algún libro publicado?

A.C.- No, se supone que ahora en marzo empieza el “ida y vuelta” para el primer libro que estaría publicando, “Media y extrema razón”, que es con la editorial El surí porfiado. Quedamos para marzo, así que ahora tendría que arrancar eso. Por ahora no publiqué nada. Si bien creo que escribí mucha cantidad en poco tiempo, en términos de años son muy pocos. Para mí todavía este mundo es bastante nuevo, no como lectora pero sí como escritora. 

MR- ¿Cuál es la finalidad de tu poesía en ese juego de cierre y apertura que la escritura implica?¿Cómo te das cuenta que un poema está terminado?

A.C.- Como decía antes, la finalidad es que no cierre. Si hay un cierre, o una clausura, que sea desde el tono, el sonido, pero que no sea un verdadero cierre. Que suene contundente y definitivo, pero que no lo sea. Eso es algo que me gusta de la poesía, como lectora y como escritora: cuando un poema logra salirse con la suya. Decir, esto es así porque es así. ¿Qué cosa? ¿Así cómo?

A veces creo que el poema está terminado, vuelvo al día siguiente y es un cachivache. Otras veces descarto un poema porque no tiene remedio, y lo encuentro un tiempo más tarde y digo: no está tan mal. Y lo retomo. Lo cual me indica que todo es muy caprichoso y subjetivo.

MR- En el proceso creativo ¿Cómo es el retorno a un poema y su clínica? 

A.C.- Tengo poco tiempo, en general, y muy salpicado. Vuelvo muchas veces a cada poema, de a ratitos. Tal vez cambio una coma, o un adjetivo. O borro una estrofa de un plumazo y me voy.

MR- ¿Escribís en contra de algún tipo de voz o literatura en particular?

A.C.- No. Trato de no. A veces releo un poema y veo que me coloqué por encima de algo, o alguien. O que estoy discutiendo, enfrentándome. No me gusta, me hace sonar soberbia, no me favorece.

MR- ¿Hay algún tipo de literatura que te interese más?

A.C.- La que no me dice todo lo que quiero saber

MR- ¿Hay versos o poemas que te hayan deslumbrado? (Podés citarlo)

A.C.- Miles. No me atrevo a elegir. Me gustan mucho ciertos versos que no entiendo. ¿Qué hacen ahí? Me fascina cuando el misterio no se resuelve.

MR- ¿Qué estás escribiendo en el presente? 

A.C. – Acabo de terminar una nueva colección de poesía y ahora estoy tratando de escribir algo en prosa. Estoy en proceso de reeducarme: en prosa tiendo a ponerme explicativa, demasiado prolija.

MR- ¿Cómo se relaciona tu poesía con la política o con lo político?

A.C.- En general, lo dejo afuera. Igual que la medicina: soy médica, pero dejo la medicina afuera. Prefiero, para la poesía, temas menos importantes, entre comillas. Menos graves. Sin caer en el costumbrismo. Me gusta la poesía de lo minúsculo. De lo que podría pasar desapercibido. Con la prosa es diferente.

MR- Llama un poco la atención, cómo aparece la imagen del paisaje en tus poemas, queríamos saber si fue algo premeditado o simplemente aparece en tu escritura.

A.C.- No fue premeditado, pero yo me fui dando cuenta. Tenemos familia viviendo en el norte de Estados Unidos, que es donde estoy ahora, pero yo soy de Buenos Aires, tengo mi casa allá. Desde hace muchos años que con mi marido y mis hijos viajamos por lo menos dos veces por año a visitar familia. Y para mí se imponía como algo que no podía esquivar el tema de la nieve, el frío, el paisaje, los árboles, algo muy fuerte que me convocaba a escribir y a lo cual yo seguía dándole vueltas y vueltas quién sabe por qué… Esas cosas que resuenan dentro de una, quizás porque era algo a la vez ajeno y familiar. No era el lugar donde yo vivía, pero sí era un lugar al que iba y venía, y asociaba ese entorno a seres muy queridos que quizás no tenía la posibilidad de tener cerca todo el año. 

Entonces, lo veo muy presente en mi escritura y en lo que a mí me llama y me convoca, pero nunca fue una decisión consciente. A ver, me llevo bastante bien con la soledad. Puede que a la mayoría de los escritores les pase. Me gusta estar sola, me permite concentrarme y escribir, siempre fue así. Yo siento que hace muchos años que paso muy poco tiempo sola por día, cuando estoy trabajando siempre estoy con gente o con mi familia, tengo hijos chiquitos y los tengo siempre encima. Entonces, de alguna manera, yo creo que construyo espacios vacíos en la poesía.

MR- ¿Tenés alguna técnica o ritual de escritura en particular?

A.C.- Cuando puedo, donde puedo, y durante el tiempo que puedo. Me concentro fácil, y con desesperación.

MR- ¿Te vincula tu escritura con otras disciplinas artísticas? 

A.C.- Me gustan mucho otras formas de arte, pero la escritura tiene, para mí, un templo aparte.

Poemas de «hoteles infinitos»

póntico significa 

perteneciente al mar negro. 

me gustaría más que fuese 

un adjetivo relacionado a puente.

habría así instancias pónticas

que unirían, por ejemplo, un desierto islote 

del pasado con su debido continente.

como en el hotel infinito de hilbert,

siempre habría lugar para más.

conserje de librea,

atento a los fragmentos faltantes 

que fueran apareciendo.

un problema sería 

la habitación cegadora.

esa que no está dispuesta

a insertarse en una serie. 

caliente, mal ventilada, 

la cerradura toma la forma 

de haplología vulgar

pero insistente.


no moriré en el océano.

no moriré en una zona de lagos.

moriré en un hospital con molduras

y estacionamiento.

ahí habrán nacido gatitos 

entre los escombros y los pastos crecidos, 

tomarán la teta de su madre, los miraré 

a cada rato por la ventana.

asearse.

la habitación no será individual,

pero la otra cama estará vacía,

el cubre colchón tirante y limpio.

debajo de la cama brillarán 

un par de alfileres caídos.

cada mañana pensaré en contarle a la 

enfermera que yo estuve ahí antes. 

sé lo que hay en los cajones de atrás

de la puerta.

moriré mientras el ascensor sube o baja. 

el perro tísico de la garita estará ladrando 

o no, habrá pocos autos afuera, uno de ellos

será un Plymouth viejo prendido fuego. 

seré la única capaz de verlo 

quemarse bajo el cielo nublado, 

radiante y soberbio como la nieve 

o el cuarzo.


Selección de poemas

Poemas de media o extrema razón

bajó de la autopista.

había manejado casi cinco 

horas       sin parar.

decidió comer langosta

en un restaurante de toldo rojo.

alfombras raídas,

tanques llenos de bichos vivos.

dedicatorias obscenas

grabadas en la puerta de los baños.

con una mano grasienta, tocó

el peón que pesaba en su bolsillo.

afuera, el frío sol del norte

cortaba sombras azules en la nieve.

   pidió la cuenta.

no es fácil matar a alguien.

más fácil es robarle un peón blanco

y enterrarlo en la nieve.

al lado del cartel que ofrece

langosta fresca todo el año.


1

tres sillas esperándonos.

imposible.

la tarde es blanca

como un desierto maldito.

en los desiertos no hay 

sillas ni túneles húmedos

revestidos de orquídeas.

no son orquídeas.

2

primera silla – la reconozco.

un ave en el desierto

posada sobre una saliente rocosa.

tanto, que ya no es silla

sino roca. prolongaciones

como preguntas sin responder.

no son preguntas.

3

la suma de todas sus patas.

para que un camino 

conduzca al poniente

debe tomar la decisión. 

lo que brota muere

si no es silla.

4

última oportunidad.

le pregunto a un lugareño. Me dice:

acá a las sillas les decimos velos.

Poesía inédita

De la colección pueblo durmiente

la verdadera felicidad es agua muy fría debajo del hielo de la falsa felicidad. 

arriba, los patinadores hacen figuras –ochos, etc. – con sus gorros puestos 

y sus mitones. 

el lago es enorme, los patinadores no alcanzan a ver sus bordes: 

¿cómo van a hacer para volver a sus casas?

¿cómo van a hacer para dejar de patinar, para sentarse a descansar un rato?

hace demasiado frío.

a lo lejos se ven árboles, pinos quizás, pero a medida que los patinadores se acercan, los pinos se alejan. 

pertenecen a una granja, los pinos, una granja de árboles de navidad.

¿qué hace la gente cuando la navidad pasa, con los pinos?

los tiran al bosque. 

yo quiero un árbol con raíces. no uno así nomás, talado.

no. estás equivocada. cuando creés que querés algo, querés lo contrario. 

¿quiere decir que quiero un árbol sin raíces? ¿o que no quiero un árbol?

así siguió la conversación. 

mientras tanto oscurecía. 

nos preocupaban los patinadores, pero no lo decíamos. 

llegado un punto, no quedó más remedio que entrar. el fuego ardía en el hogar, 

había velas encendidas también, por doquier. ¿y los patinadores? 

nos encogimos de hombros. 

no podíamos hacer nada. 

abrimos todos los cajones buscando fósforos, por si el fuego se apagaba: no había. qué más da, dijimos al unísono – yo ya empezaba a dudar 

que fuésemos más de uno. 

el sonido de los patines rozando el hielo nos arrulló esa noche.

incluso soñé, lo digo en confidencia, que yo era uno de los patinadores. 

miraba desde afuera la cabaña iluminada, al borde ya del agotamiento. 

el sol se asomaba en el horizonte, cuánta belleza. 

de a poco fui perdiendo el sentido, no tuve miedo, pensé: todos vamos a morir, tarde o temprano. si este es el final, me atrevo. yo quiero partir cantando.


es de noche. 

estoy en la cocina, luz encendida.

lleno la olla para cocinar. hay baja presión de agua – tarda en llenarse. 

la sostengo con dos manos bajo la canilla abierta. frente a mí está la ventana. 

veo mi reflejo inmóvil, enrarecido (su contorno es doble) mientras sostengo la olla.

afuera está el campo. 

inmenso, absolutamente oscuro, detenido, como si estuviera muerto. 

lo único que veo moverse es nuestra sombrilla. 

está plegada. y atada a la baranda de la galería con una soga.

se sacude como un loco atrapado en un chaleco de fuerza. 

quién diría, si no, que hay viento: todo lo demás es campo negro.

para la ley, los cadáveres son “cosas” con una dignidad especial.

se les debe dar un trato decente y respetuoso.

como al campo, pienso.

el campo es un cadáver. 

enorme, que no se pudre ni se desintegra.

hasta dónde llega el campo. 

mi reflejo, ¿es mío o es del campo? ¿y la tristeza? 

¿y el vacío? no es vacío, puramente. más bien es espera. ¿qué espero?

el otro día, por ejemplo, justo acá afuera había caca de ciervo.

pelotas chiquitas como arándanos amontonados. entonces esperé al ciervo. no vino.

lo mismo con los dos gatos monteses que la vecina me dijo que vio jugando junto a nuestra casa. lo mismo con el zorrito y la chinchilla.

pero esto no es un inventario. la espera nunca se dirige a algo concreto. 

ni siquiera soy yo la que espera, tampoco soy yo la que llena la olla – es el agua. 

ni siquiera es el agua: la olla ni siquiera se llena. 

o quizás sí se llena, quizás se llena infinitamente, 

porque: ¿cómo sabemos que va a terminar de llenarse algún día? 

cómo estamos tan seguros de que el agua cae. 

¿o está quieta, el agua, como yo, como el campo, suspendida en una muerte momentánea o eterna? ¿es el agua una “cosa” con dignidad especial? 

en tal caso, ¿quién es que va a ofrecerle al agua muerta un trato decente y respetuoso? 

¿quién no está muerto igual que el agua muerta, quién se asoma detrás de mi reflejo, 

quién se agita, como esa pobre sombrilla encerrada? 

quién pertenece, o procura pertenecer, al reino 

de los que no han enmudecido todavía.

Breve Biografía

Ana Cagnoni nació en Buenos Aires, Argentina, en 1977. Poeta, médica oncóloga, profesión que dejó para dedicarse a escribir. Vive actualmente en California donde está haciendo una Maestría en Escritura Creativa.  Autora de cuatro colecciones. Fue premiada con Mención Especial en el Concurso Nacional de Poesía Adolfo Bioy Casares, Argentina, 2020, por su poemario “Con su debida calma”. La obra “Media y extrema razón” recibió el Tercer Premio en el Concurso de Poesía del Fondo Nacional de las Artes, Argentina, 2021, y se encuentra actualmente en proceso de producción bajo el sello editorial El Suri Porfiado para ser publicada en los próximos meses del 2022.  “Pueblo durmiente” (2022) es otra de sus creaciones. Con “Hoteles infinitos” (2021) le fue otorgada la 2da. Mención de Honor del Primer Concurso de Poesía 2021 organizado por Metafórica Revista. Sus poemas pueden leerse en las revistas Acentos Review, Rio Grande Review, y otras.

Links acerca del autor

https://www.acentosreview.com/September2021/

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