
APES PLATONIS. LOGOS, METAFÍSICA Y NEGATIVIDAD, por GERMÁN PRÓSPERI*
I
Según la mitología clásica, el Monte Himeto, situado a unos 15 kilómetros al sur de Atenas, era célebre por albergar una variedad de abejas que producía la miel más rica y la cera más suave de Grecia. Habrían sido algunas de estas abejas, nos relata Cicerón en De divinatione, las que se posaron en los labios de Platón, mientras dormía en su cuna, anunciando así un destino de persuasiva oratoria y de gran elocuencia. La dulzura de la miel que las abejas introdujeron en la boca del futuro filósofo fue una predicción de la dulzura retórica que saldría de ella. Escribe Cicerón:
Mientras Platón era un niño y dormía en su cuna, unas abejas se asentaron en sus labios [apes in labellis consedissent]. Este hecho fue interpretado como una predicción de que el niño tendría una gran suavidad en los discursos. Desde su infancia, su futura elocuencia fue predicha (De divinatione, I, 36).
La misma historia nos cuenta Plinio el Viejo en el Libro XI de su Historia Naturalis: “Las abejas se posaron sobre la boca de Platón cuando aún era un niño, anunciando la dulzura de aquella persuasiva elocuencia por la cual fue tan célebre” (XI, 18). A decir verdad, ni Cicerón ni Plinio mencionan la miel ni el Monte Himeto. Sólo refieren que las abejas se posaron en la boca de Platón. Sin embargo, sabemos por Valerio Máximo, el gran retórico romano, que las abejas no sólo se posaron en los labios del niño, sino que también introdujeron miel en su boca. No obstante, Valerio duda sobre el lugar y considera que en vez del Monte Himeto se trató del Monte Helicón. De todas formas, sólo por dudar, y por aludir al Monte Himeto, nos permite saber que en los últimos siglos previos al cristianismo la leyenda acerca de Platón y las abejas se situaba preferentemente en el Monte ático. En sus Factorum ac dictorum memorabilium libri IX, también conocido como De factis dictisque memorabilibus o Facta et dicta memorabilia, Valerio escribe:
Preferiría las abejas de Platón [apes Platonis] a las hormigas de Midas. Estas hormigas eran un signo de una débil y decadente felicidad, pero las abejas de Platón eran un signo de completa y eterna felicidad cuando depositaron la miel en los labios del pequeño [paruuli labellis mel inserendo] durmiendo en su cuna. Cuando escucharon eso, los intérpretes de prodigios dijeron que una singular dulzura y elocuencia surgirían de su boca. Personalmente creo que estas abejas no se encontraban en el Monte Himeto, que huele a la flor del tomillo, sino en el Monte Helicón donde las Musas divinas les ordenaron con ingenio los dulces alimentos de la gran elocuencia (I, 6, 3).
Al igual que Hesíodo, Platón es elegido por las Musas. En un caso, el del poeta, para comunicar verdades y también, a veces, mentiras; en el otro caso, el del filósofo, para comunicar la verdad de lo inteligible. Claudio Eliano, por su parte, nos brinda más información sobre el momento simbólico en el que las abejas se posan sobre la boca de Platón. En este caso, la niñez de Platón, así como su destino de gran orador, está íntimamente ligada al Monte Himeto:1
Perictione llevó a Platón en sus brazos. Aristón hizo un sacrificio a las Musas o a las Ninfas en el Monte Himeto. Mientras realizaban los divinos ritos, ella dejó a Platón bajo la sombra de unos delgados mirtos que crecían cerca del lugar. Un enjambre de abejas del Monte Himeto se posaron sobre su boca mientras dormía, significando la futura dulzura del habla de Platón (Varia Historia, Libro X, 21).
En Claudio Eliano, como vemos, no sólo se hace referencia al Monte Himeto y a las abejas, sino también a los padres de Platón: Aristón, hijo de Aristocles, descendiente de Codro y Melanto, y Perictione, su supuesta madre. Además, el testimonio de Eliano confirma el carácter sagrado que poseía el lugar en la Grecia clásica. Al parecer, el Monte Himeto funcionaba como lugar de culto a las Musas o a las Ninfas. Olimpiodoro el Joven, que en su Vita Platonis incluye, entre los dioses adorados en este Monte, a Pan y Apolo, confirma la historia referida por Eliano.
II
Todas estas referencias antiguas no tendrían mayor importancia si no fuera porque ocultan un hecho decisivo para la filosofía y la cultura de Occidente: el Logos metafísico, cuyo inicio coincidiría –al menos en la lectura de F. Nietzsche y M. Heidegger– con la doctrina platónica, descansa sobre la miel de las abejas. Esto es: el Logos de la metafísica occidental, lo que J. Derrida ha llamado falo-logo-centrismo, depende, como condición de posibilidad y de imposibilidad, de la miel de las abejas. Como condición de posibilidad: las abejas le otorgan a Platón el don de la oratoria y de la persuasión con el cual sentará las bases de la metafísica. El logos humano no es una creación humana, esa es la gran paradoja. El animal no-humano creó el logos, es decir un dispositivo que lo volvería humano. Como condición de imposibilidad: el Logos se verá arrastrado sin cesar a su vertiente mito-poética, lo humano se verá asediado, como el origen del cual proviene y como la meta a la cual se dirige, por lo no-humano. Ese asedio, esa acechanza, se sabe, es la poesía. De lo pre-humano a lo post-humano, el hombre es una cuerda tendida sobre un abismo de finitud. Esta es la visión dominante de la tradición metafísica occidental. Como si la cultura humana, para instaurarse, hubiese requerido que la miel dulce de las abejas adquiriese progresivamente, aunque suponiendo a la vez un salto misterioso e ininteligible, la amargura de la negatividad: la conciencia de la muerte, la evanescencia del lenguaje, el trabajo y la acción transformadora de lo dado, etc. Amargura en sus dos sentidos: amargor, opuesto a dulzura, y pena o desdicha (ganarás el pan con el sudor de tu frente, parirás con dolor, etc.). Lo humano, pareciera haber concluido Hegel en ese camino de desolación o en esa via crucis que es la Phänomenologie des Geistes, no es sino el devenir amargo de la miel que las abejas depositaron en los labios del niño Platón. Miel amarga: en este oxímoron se cifra la condición humana para la tradición metafísica. El Logos que cimienta la cultura humana y que se expresa en el lenguaje aséptico de la filosofía se apoya a su vez sobre la miel de las abejas, que simboliza la poesía. La cultura humana es, en su base estructural, una apicultura.
Sugerí que la miel de las abejas, para la tradición metafísica, es el origen del cual proviene lo humano y también el fin en el cual sucumbe. No debe sorprendernos que Alexandre Kojève, reflexionando sobre el fin de la historia, es decir sobre el fin de lo humano, haya identificado al lenguaje post-histórico ni más ni menos que con el “lenguaje” de las abejas. En una nota añadida a la segunda edición de la Introduction à la lecture de Hegel, la compilación realizada por Raymond Queneau de las notas y apuntes del famoso seminario sostenido en los años treinta en Paris, Kojève se permitía aventurar la siguiente profecía:
Los animales de la especie Homo sapiens reaccionarían por reflejos condicionados a señales sonoras o mímicas y sus así llamados “discursos” serían semejantes al pretendido “lenguaje” de las abejas. Lo que desaparecería entonces, no es sólo la Filosofía o la búsqueda de la Sabiduría discursiva, sino esta Sabiduría misma. Pues no habría, en estos animales post-históricos, “conocimiento [discursivo] del mundo y de sí” (1968, p. 436).
¿El fin de la historia y de lo humano coincidiría así con el silencio del logos filosófico y con la consecuente emergencia del mythos poético? Una vez concluido el gran ciclo de la negatividad, ¿podría llenarse la boca platónica –pletórica– de miel, colmando así toda palabra? Finalizada la amargura del Logos histórico, ¿retornaríamos entonces a la dulzura pre-filosófica? Nada nos indica que tal cosa haya sucedido o esté sucediendo. Clausurado el gran ciclo de la negatividad histórica, nos seguimos muriendo, seguimos hablando… Por supuesto que para que ese ciclo haya sido posible, fue preciso que un grupo de abejas depositaran su miel poética en los labios del Platón infante. La idea de una vida exclusivamente dulce es ingenua, al igual que la de una vida exclusivamente amarga. No hay acceso a la dulzura, pero tampoco a una amargura ubicua. No se trata por eso de encontrarle sentido a nuestro tiempo enfatizando el fin del Logos o el fin de lo humano. Siempre hubo fin, desde el inicio. Omega es el otro lado de Alfa. El Logos humano fue siempre un Epitafio; el Hombre fue siempre póstumo. El fin del Logos y el fin del Hombre es lo que ha estado aconteciendo desde el principio. No hay más allá de la negatividad. Por supuesto que se puede pensar de otro modo lo humano, el lenguaje, la historia o lo que sea. Pero, aunque se lo piense de cualquier manera, incluso en su absoluta afirmación, quien lo piense seguirá muriendo y hablando… Desde este punto de vista, nada ha cambiado, nada ha finalizado. El fin de la metafísica es la otra cara de la metafísica del fin. La historia fue el fin desarrollándose, finalizando. Por eso el fin de la historia es la misma historia, sin fin. Lo trágico, lo verdaderamente trágico, es que no hay fin del fin. No hay dulzura ni amargura puras. No hay miel sin logos ni logos sin miel. A lo sumo, pero no es poco, hay miel del logos y logos de la miel. El fin del logos forma parte del logos. Nuestra época no es importante, nosotros tampoco. El fin del fin, la desaparición de esos animales inteligentes que según Nietzsche inventaron el conocimiento en lo que hubo de ser el minuto más altanero y falaz de la historia universal, es decir la extinción de los animales humanos –que sin embargo siempre han estado finalizando y extinguiéndose–, es también negatividad. No hay una historia otra; hay lo otro en la misma historia: la miel en el logos, las abejas en el hombre, la poesía en la filosofía, y a la inversa: el logos en la miel, el hombre en las abejas, la filosofía en la poesía. El Reino de la libertad no está más allá del Reino de la necesidad: hay libertad en la necesidad y necesidad en la libertad. El fin de la historia es la extinción de la especie o, más en general, el congelamiento del astro terrestre, según las palabras empleadas por Nietzsche en el notable Über Wahrheit und Lüge im außermoralischen Sinn. Hasta que eso ocurra, habrá historia y negatividad. El resto, todo lo que podemos imaginar, es sólo una expresión de deseo. Pero ¿qué es el deseo? Según dicen, y con el debido perdón a G. Deleuze y F. Guattari, también negatividad.
BIBLIOGRAFÍA
Claudio Eliano, De natura animalium: Varia historia. Epistolae et Fragmenta. Parisiis: Ambrosio Firmin Didot, 1858.
Kojève, A., Introduction à la lecture de Hegel. Paris: Gallimard, 1968.
Plinio el Viejo, Historiae Naturalis libri XXXVII. Quos recensuit et notis illustravit Gabriel Brotier. Parisiis: Ambrosio Firmin Didot, 1779.
Tulio Cicerón, De Divinatione Libri Duo. Darmstadt: Wissenschaftliche Buchgesellschaft, 1963.
Valerio Máximo, Dictorum factorumque memorabilium libri novem, ad optimas edit. collati / cum notitia literaria et indice studiis Societatis Bipontinae. Biponti: Ex typ Societatis, 1888.
Wright, J. H., “The Origin of Plato’s Cave”. Harvard Studies in Classical Philology, Vol. 17 (1906), pp. 131-142.
* Germán Osvaldo Prósperi es Doctor en Filosofía por la Universidad Nacional de La Plata. Se especializa en problemas vinculados a la metafísica, la antropología filosófica y la estética. Es docente e investigador en la UNLP. Ha realizado seminarios de posgrado en la Università degli Studi di Genova (Italia) en los años 2005-2006. En el año 2017 ha finalizado y aprobado un Posdoctorado en Ciencias Humanas y Sociales en la Universidad Nacional de Buenos Aires. Ha publicado diversos artículos en revistas especializadas, tanto nacionales como internacionales. Es autor de los libros: Vientres que hablan. Ventriloquia y subjetividad en la historia occidental (La Plata, FaHCE-UNLP, 2015), La respiración del Ser. Apnea y ensueño en la filosofía hegeliana (Buenos Aires, Miño y Dávila Editores, 2018), La máquina óptica. Antropología del fantasma y (extra)ontología de la imaginación (Buenos Aires, Miño y Dávila Editores, 2019) y Psychomachia I. De Christo et Antichristo (Buenos Aires, Miño y Dávila Editores, 2021).