
Desde el sentido hacia el efecto poético
Poesía ∞ psicoanálisis
por Laura García Cairoli
“Todo poema se cumple a expensas del poeta.”
Octavio Paz
Escribir acerca del psicoanálisis presenta sus ventajas y desventajas. Podría seleccionar al azar cualquier página de las obras de Freud o los seminarios de Lacan y señalara donde señalare podríamos estar hablando de psicoanálisis. Cientos de definiciones seguramente circulan por todos lados. ¿Cómo lograr saber entonces, y lo que es aún más complicado de pensar, cómo explicar, qué es el psicoanálisis?
En una sesión le cuento a mi analista que hablar no era algo que me gustara mucho y que incluso, cuando encuentro que los otros se ponen algo charlatanes, me puedo llegar a fastidiar un poco. Pero le decía que en el diván era distinto, que las palabras se soltaban, que el “no querer hablar” se borraba hasta desaparecer. Y me señaló algo que marca el horizonte de cualquier análisis. Me dijo que en una sesión de psicoanálisis, “hablar era escribir”. Y estas palabras me golpearon, inmediatamente se volvieron mías. Ya no era lo que el analista dijo, sino lo que escuché y lo que ahí mismo pudo escribirse. ¡Eso era el psicoanálisis! El pasaje de una narrativa verborreica a un texto inédito vaciado de goce. Un movimiento ético, siempre audaz, desde la propia biografía a la poesía.
Acá nos encontramos ya con una especie de definición: “El psicoanálisis es el camino que cada uno puede recorrer desde la biografía a la poesía”. Son de esas definiciones que sirven porque no están repletas de sentido teórico, pero al mismo tiempo no deja de ser un intento de definición, y de ese lugar más vale siempre intentar moverse, al menos por ahora.
En lugar de “¿qué es?” me pregunté si no sería mejor escribir algo relacionado con “¿para qué sirve?”. Pero apareció una pregunta más, escondida detrás de las otras y que tal vez permita orientarse un poco mejor: “¿para quién?”. Esta parece un poco más problemática, lo que significa que vamos en la dirección correcta, o al menos en la dirección que a mí me gusta. Una primera respuesta es que el psicoanálisis es para aquel que esté dispuesto a no retroceder frente al propio e incurable no querer saber que nos funda como seres del lenguaje.
Para lograr pensar esto deberemos dinamitar por un rato los ideales románticos del Iluminismo y suspender la creencia de que el ser humano es un ser racional cuyo centro es eso llamado “yo”. También lograr no engañarnos por lo que el discurso universitario pueda llegar a ofrecernos, por más tentador que sea. No por acumular cursos, licenciaturas o doctorados sabremos mejor que otros acerca de lo que se trata el psicoanálisis o la poesía. Hay que moverse decididamente del academicismo cínico o del cientificismo estéril. Podemos incluso ir más allá y sostener que la cultura misma es un saber contra lo real, para defendernos de él, una elucubración para velar un radical “no hay”. Estamos a un paso ya de animarnos a pensar que el inconsciente mismo es el saber no sabido que cada uno inventa en el lugar del desajuste entre la verdad y lo real.
Cito lo que Lacan decía en la Nota italiana: “el saber por Freud designado del inconsciente es lo que inventa el humus humano para su perennidad de una generación a otra. Hoy que se lo ha inventariado, se sabe que da pruebas de una falta de imaginación terrible. Hay que recurrir a lo simbólico y lo real que lo imaginario anuda e intentar agrandar los recursos para prescindir de esa molesta relación y hacer que el amor sea más digno que la abundancia del parloteo que constituye hoy día”.
Entonces: desde el amor del lado del parloteo hacia al de la invención y la poesía. Desde el descifrado infinito del inconsciente a lo que hace efecto de ausencia. De lo real que no cesa de no escribirse en el síntoma a una escritura que haga temblar al síntoma y resuene algo más que el sentido.
Volvamos al “¿para quién?”. ¿Para las neurosis? ¿las psicosis? ¿para los que sufren? ¿los que sueñan? ¿para los artistas o poetas? ¿para alguno o cualquiera?
El psicoanálisis apunta siempre al sujeto y el que quiera nombrarse analista, debera suponer que siempre lo hay. Pero psicoanalizarse sólo es posible si existe una demanda. Una demanda que será formulada por cada cual de manera distinta pero que, indefectiblemente, deberá llevar una forma parecida a la ya famosa intervención que Freud le hace a Dora y que empuja a un movimiento analítico siempre inaugural: “¿que tienes que ver tú en esto de lo que te quejas?”. Umbral con el que deberemos encontrarnos no sólo con cada analizante, cada vez, sino también en nosotros mismos. Y allí, se retrocede o se avanza. Sólo atravesando uno mismo la experiencia analítica se logra llegar a saber de qué saber se trata ahí. Si afirmamos que no hay pulsión de saber, que no hay deseo de saber, sino sobre todo horror al saber, entonces conviene sostener esto otro: el saber viene al lugar de velar la falla fundamental. Paradoja que sólo el psicoanálisis y la poesía supieron mostrar: sabemos para desconocer y comprendemos para mantenernos ignorantes.
El psicoanálisis propone una manera única de preguntarse acerca del síntoma. Lo aborda de una manera distinta a cualquier otro tipo de terapéutica del sufrimiento. Se abstiene de la necesidad de los tiempos actuales que demandan brevedad en los tratamientos (lo que no significa que no se pueda obtener de él efectos rápidos) y resultados eficaces acordes a lo que la época propone como normalidad. No considera al síntoma como una anomalía a deshacerse, sino como signo. Signo de lo que no funciona. ¿Y qué es lo que no funciona? La relación del sujeto con el lenguaje. Porque allí hay un desarreglo fundamental, una relación siempre asintótica entre el saber y el sujeto. El psicoanálisis vuelve al inconsciente el aparato de lectura del síntoma. Es hacer legible el síntoma a través de coordenadas éticas que tienen que ver con la manera en que cada uno ha afrontado la sexualidad, lo impensable, la castración, la muerte y todo lo que podamos poner del lado de lo que espontáneamente le resulta insoportable al ser hablante. Lo vuelve legible porque intenta situar la manera singular en que cada uno se las tuvo que arreglar con lo que no funciona. Y para eso es necesario un deseo que vaya más allá de cualquier idea de voluntarismo, de una ética que no se reduzca a la moral y de un saber capaz de subvertir la concepción clásica y clasista del conocimiento.
Frente a “¿para quién el psicoanálisis?” debemos responder entonces que no es para todos pero puede llegar a serlo. No es una experiencia de erudición o de curación sino una experiencia de constante búsqueda del encuentro con la causa de lo que somos. Con lo ineliminable, incurable. Una experiencia no de saber, sino de sabiduría, porque un análisis produce un sabio, pero un sabio sólo del propio deseo.
Volvamos al inicio una vez más, como tantas veces hacemos en un análisis, un intento más por captar el movimiento de un análisis: el de la autobiografía a la poesía. Al comienzo de la experiencia vemos florecer la primavera del inconsciente. Aquella que nos empuja a reordenar el mundo de acuerdo a la nueva relación simbólica que establecemos con él. Luna de miel de la transferencia. Nos atrevemos a descubrir el sentido oculto detrás del sentido mismo. Hablamos, narramos, relatamos, soñamos. Ponemos a funcionar la maquinaria significante. Pero algo viene a hacer obstáculo a esta narrativa incesante. Algo debe advenir al lugar de ese funcionamiento imparable del significante. Un vaciamiento, una violencia ejercida sobre la lengua, un forzamiento para hacer sonar otra cosa que el sentido. Un uso de la palabra que pueda producir efecto poético y le haga freno al parloteo gozoso, al de la aprisionante y voraz maquinaria fantasmática. Un efecto de agujero. Un nuevo significante que no tenga sentido pero que pueda ser usado. Un buen uso del sin sentido. La utilidad del vacío, de lo que hace efecto de ausencia. Ese que sólo el psicoanálisis y la poesía pueden lograr.
Para concluir un fragmento de un poema de Octavio Paz que encontré mientras escribía, que intenta decir, de forma poética esta vez, lo que significa ser habitantes del lenguaje y por qué no, lo significa atravesar una experiencia análitica: una invitación a tomar la palabra, luego deshacerse de ella y su sentido, para crear algo distinto:
“Gran abrazo mortal de los adversarios que se aman: cada herida es una fuente. Los amigos afilan bien sus armas, listos para el diálogo final, el diálogo a muerte para toda la vida. Cruzan la noche los amantes enlazados, conjunción de astros y cuerpos. El hombre es el alimento del hombre. El saber no es distinto del soñar, el soñar del hacer. La poesía ha puesto fuego a todos los poemas. Se acabaron las palabras, se acabaron las imágenes. Abolida la distancia entre el nombre y la cosa, nombrar es crear, e imaginar, nacer.”
Referencias
- Texto presentado en la actividad “Tres contra uno” de La Red Psicoanalítica el 25 de julio del 2020.
- “¿Águila o Sol?, Octavio Paz.