Año III

27 de septiembre de 2023, La Plata, Buenos Aires, Argentina

EL VERANO EN QUE MI MADRE TUVO LOS OJOS VERDES

Por Claudia Lucero y Laura Tundidor

Tibuleac, Tatiana. El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes (2016). Moldavia/Francia. Traducción del rumano de Marian Ochoa de Eribe. Editorial Impedimenta. 

  Nos embarcamos en un nuevo viaje y en otro verano. En la obra de Tibuleac, la propuesta también es un viaje; esta vez, de las planicies de Hustvedt en occidente, y a través del océano a los territorios montañosos de Europa Oriental, Moldavia. Viajamos y lo hacemos poéticamente, mediante los ojos de una madre y la mirada de un hijo.

  Rápidamente se han divulgado críticas positivas sobre la obra  desde los medios de comunicación y de boca en boca. Esta novela cosechó numerosas lecturas en territorios muy variados, y ha sido traducida y premiada en diversas oportunidades. Le sumamos nuestra experiencia como lectoras, que atraviesa emociones vitales, conmueve, desafía, late. Novela poderosa sobre temas existenciales que nos atraviesan y transforman.

 Un artista “en mitad del camino de la vida” y con un bloqueo creativo decide regresar a través de la memoria a los últimos tiempos que compartió con su madre, con quien parece tener solo una relación biológica; pero que en realidad se funda en la hostilidad originada en el abandono. Cuando emprenden el viaje al que su madre lo obliga hacer hacia un pueblito francés para pasar unas vacaciones, dice: “Rezaba para que aquel día acabara cuanto antes. Para que se abriera la tierra y desapareciera mi madre engullida en sus profundidades. O yo. O al menos caminar a través de ella, nacer al revés y, cuando yo no existiera ya, correr todo lo que me permitieran las piernas”.

  Ingresar al territorio de El verano que mi madre tuvo los ojos verdes puede resultar un poco difícil por lo escarpado, porque genera emociones intensas: amor, pérdida, nostalgia, muerte, abandono, enfermedad, duelo, reencuentro, perdón, resentimiento, impotencia… Es un desafío, pero vale la pena persistir, tomar aliento a poco de empezar la jornada y continuar, porque la lectura es ágil y  transmutadora. Una historia de furia y dolor, pero también de regresos y sanación. 

   Las primeras páginas de la novela nos narran el desgarro de ese adolescente herido que no puede destilar más que odio para ese otro ser, que está ahora a su lado porque “Durante todos aquellos meses -ya verán con el correr de los capítulos de qué tiempos habla- la mujer que me había parido no me miró una sola vez, como si yo fuera un hueco vacío”. A medida que transcurre el relato vamos conociendo la historia que los ha “desunido”. Esa es la “selva oscura” que hay que animarse a transitar, para ir adentrándonos poco a poco en la cura física y espiritual.  

  La mirada es también la clave para dejarse llevar por la potencia de las imágenes que genera Tibuleac. Una novela absolutamente visual, donde la mayoría de las imágenes corresponden al sentido de la vista, desde el título -que funciona como hilo conductor a través de los capítulos- en que vemos transformarse la mirada del hijo y los ojos de la madre: “Detrás de la tercera colina salió el sol. Amarillo, redondo, invevitable, como la bombilla de un hospital orientada a los ojos”. También el amarillo parece ser color elegido para confesarle a su hijo la terrible verdad, porque es a un campo de girasoles donde lo lleva para hablarle. Y entonces no podemos evitar recordar los amarillos de Van Gogh. El amarillo, el verde. “El brote verde de la carroña humana que soy” y “El verde escurridizo de sus ojos”. 

  Una novela que nos habla de la soledad, de cómo un alma puede ser sanada por la naturaleza, por la vida sencilla y por la compasión, sin golpes bajos. Solo la descripción de un derrotero que debe ser transitado para volver a nacer y encontrarse.

  También es una narración rítmica poéticamente. Las definiciones  e imágenes que la autora teje a lo largo de la obra se pueden leer en clave poética; las descripciones de los paisajes, de los momentos vividos por el protagonista, podríamos decir que, en palabras de  Llorenc Rauch Muñoz “registran lo oculto que se muestra en el ver, hacen visible lo invisible”. Y también en clave rítmica, por la alternancia de capítulos extensos y otros más breves; estos últimos como vertientes poéticas que al final desembocan en el mar. 

  Narrar las vivencias para -valga la redundancia- vivir en ellas, a través de nuevas creaciones. Volver al verano que pasó con su madre para armar el vínculo y la identidad. Vivir otra vez para armar la historia, para pintar el mejor cuadro con los mejores colores. El arte como medio para plasmar, el arte que se niega y que permite convertir una vida aparentemente miserable en una obra maestra. 

Para finalizar, les regalamos los capítulos-versos que juntos componen este “poema mar” del que les hablamos. Con ello no creemos traicionar la lectura, por el contrario, son una invitación a sumergirse en las profundas aguas de El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes  :

Los ojos de mi madre eran un despropósito

Los ojos de mi madre eran los restos de una madre guapa

Los ojos de mi madre lloraban hacia dentro

Los ojos de mi madre eran el deseo de una ciega cumplido por el sol

Los ojos de mi madre eran campos de tallos rotos

Los ojos de mi madre eran mis historias no contadas

Los ojos de mi madre eran las ventanas de un submarino de esmeralda

Los ojos de mi madre eran conchas despuntadas en los árboles

Los ojos de mi madre eran cicatrices en el rostro del verano

Los ojos de mi madre eran brotes a la espera.

Los ojos de la madre como propuesta de lectura y de viaje. Espacio poético digno de ser atravesado a través de la experiencia de la lectura.

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