
El viaje
por Laura Tundidor
corre, la palabra, por sobre
las cosas, como un viento
sobre tu cara
El viaje, Elena Annibali, Salta el Pez 2021
Nuestro nomadismo lector nos lleva también por caminos de poesía, hoy disfrutando de la voz poderosa de Elena Anníbali en el libro El viaje, publicado meses atrás, en Ediciones Salta el Pez.
A primera vista el título parecería convocarnos a una narración, pero este viaje no tiene linealidad verificable en un mapa, ni una línea temporal y cronológica, no es nostalgia, es un viaje hacia la experiencia. Andar, transitar para reconocer y desconocer lugares, para herirlos y confrontarlos. Viaje en el que el paisaje nos muestra lo precario, incierto, fugaz, cambiante, inasible en el tránsito vital siempre atravesado por la presencia permanente de la muerte. Poesía que muestra la incertidumbre, enfrenta los lugares comunes del pensamiento, vive sabiendo que solo tenemos la experiencia, pero viajamos: danza / fascinante hecha de tiempo / y una premonición vaga / de la muerte (El viaje, p. 10).
Nos lleva a atravesar los desafíos del lenguaje y sus límites, a pensar en el riesgo permanente para descifrar lo indecible, la experiencia, la vida misma, su andar. El sujeto lírico viaja con la certeza de la incertidumbre y de la finitud, viendo los límites del yo, lo absurdo en el andar de la sociedad alienada.
La autora comenta en una entrevista que reconoce al viajar como: Un lugar ante el que no queda sino ser uno mismo con, contra uno mismo. La belleza, el silencio, las grandes extensiones sin límites son un espejo, una puesta en perspectiva de lo que sos, de lo que podés. Te aflojás. Te entregás. Allí sí o sí el ego derrapa, se disuelve.
Hay placer y reconocimiento por el andar en sí, una contradicción constante que el lenguaje no puede captar, sino hacer preguntas y hacer estallar al paisaje.
El libro está dividido en dos partes, la primera nos lleva por diversos territorios puntuales reconocibles, cada poema es un pasaje o una situación de viaje. El sujeto poético es cambiante, por momentos en primera persona, reconocible o borrosa, genérica o puntual, también se reconoce fantasma, dialoga con una segunda persona o con ella misma cuestionando situaciones habituales: … por encima / de lo permitido, aunque no termina siendo / exactamente peligroso, sí lo es si, / como siempre, voy pensando en vos, ahora / que no creés más en mí, que soy / un fantasma. (p. 9)
La segunda parte, Leyendo a Juanele, cambia el tono, el sujeto lírico se vuelve íntimo, habla en primera persona. El paisaje deja de ser reconocible en el mapa, es televisivo, mitológico.
El primer poema describe la prueba del alce, test de seguridad en el que / los vehículos maniobran en un zigzag furioso emulando / situaciones peligrosas: aparición (p.7). En rutas en las que sorprenden seres fantásticos y de las que solo se sabe que no hay preparación que sirva, que es solo un viento que acaricia, para reconocer espectros, para recordar que siempre está la muerte, que la única experiencia es la observación, que son esas miradas las que logran ganarle espacio a la muerte.
En los siguientes poemas transita rutas reconocibles, cercanas, cotidianas: la autopista Córdoba-Carlos Paz, Resistencia, Parque Alem, Ciudad Universitaria, el camino para llevar a la madre a los controles de rutina, el viaje de vacaciones en familia, el verano que termina, el avanzar sobre los obstáculos sociales, correr hasta allá, bucear sobre oscuridades inéditas. Cada ruta es un salto al pensar, un volver a mirar abriendo portales, dimensiones, volviendo a ver para entender o simplemente observar lo inasible. El desconcierto, el viaje de la palabra en el viento, de lo que solo se ve si uno suelta el mando de todo / lo que destila poder (p. 13). Señala que lo inquietante, lo irreconocible nos habita.
Muestra los obstáculos que traen los viajes, un toro, un ciervo, el olvido de la madre, el desconocimiento del hijo. La posibilidad de ver todo y de no entender nada.
En la segunda introduce un principio constructivo surrealista que complejiza la comprensión, los paisajes son exóticos (monte Paetku, Hainan, monzones, abetos, gacelas), las miradas íntimas, autorreflexivas, dentro de la casa como el andar de las mariposas hacia la luz aparente de los faroles a gas. No mentí aunque conviniera. / No he criado serpientes en mi corazón. / No he olvidado aquella tarde. (p. 31) Le escribo como hablándole en la lengua de la aldea / de nuestra infancia. (p.34) Acaso anuncies, Lui, cosas / que la palabra no puede nombrar. (p.35)
Finaliza con un poema Hacia el 8M, con otro cambio de tono, distinto a todo lo anterior. Cierra llamando a la unión entre las mujeres, en un viaje representado en la marcha. Va de lo político a lo personal, un viaje simbólico, una marcha que es una lucha por el reconocimiento de lo que está oculto. La voz es estridente, reconocible, sonora, fuerte, militante, voz que ve injusticias y las denuncia, como si hablara por el megáfono de la marcha o caminando al lado de cada una de las mujeres a las que entiende, lee y comparte su fuerza para andar. Pide ser escuchada, denuncia situaciones violentas, abraza, apela. Cierra el libro en un acto por recuperar esa voz históricamente callada, uniéndose a una voz colectiva que se siente en el cuerpo al marchar.
El aire del poemario nos conduce por un espacio guiado por la música de la poesía, en el que atravesamos la metafísica espiritual y la experimentación intelectual, el sujeto lírico becketiano se afantasma en la espera existencial. Esta poética que lee el paisaje como un palimpsesto, que busca entender más allá de los lugares normales, sólo puede ser dicha a través de la poesía. A través de un discurso fragmentario, con montaje de imágenes que nos avisan que el recorrido no es lineal, que la experiencia nos cuestiona y que solo nos queda disfrutar desarticulando las rutinas y las verdades acostumbradas.