
Humanxs como nosotrxs
por Claudia Lucero
McEwan, Ian. Máquinas como yo – Traducción de Jesús Zulaika – Anagrama, 2019
Abandonamos las sierras en Argentina, y nos hacemos nuevamente a la mar; atravesamos el océano Atlántico para dirigirnos al Reino Unido y encontrarnos con la prosa pulida y profunda de Ian McEwan en Máquinas como yo.
Desde el título sabemos que el tema es la tecnología, o por lo menos, uno de los temas; el uso de la inteligencia artificial, dado el enunciado cuya caracterización de máquina recae en una primera “persona”.
La novela de McEwan no ocurre en un futuro, como cabría imaginar, sino en una línea histórica alternativa. Los sucesos tienen lugar en 1982 pero no con los acontecimientos conocidos –tristemente conocidos para nosotrxs cada vez que nos ubicamos en esa fecha. Aquí el autor se permite explorar a través de su prosa lo que hubiera sucedido si los hechos históricos que recordamos se hubiesen producido de otro modo; así, por ejemplo, nos propone un panorama donde Argentina ganó la guerra de Malvinas y los acontecimientos a que habría dado lugar en aquellas latitudes. Obviamente, los eventos no resultan forzados, el autor no deja cabos sueltos en el relato de las causas y consecuencias lógicas. O si Alan Turing, el brillante matemático inglés precursor de la computación, no se hubiera suicidado. Estos son algunos sucesos, junto a otros mencionados al pasar: si Kennedy no hubiera sido asesinado en Dallas o Reagan no hubiera llegado a la presidencia, etc.
Las primeras dos circunstancias gravitan a lo largo de toda la novela: la derrota de Reino Unido como telón de fondo y la supervivencia de Turing, quien mantendrá una diálogo crucial con el personaje principal hacia el final, y que será casi protagonista indirecto, puesgracias al desarrollo tecnológico a que dio lugar la carrera del científico -que no habría sido cegada tempranamente-, se habría logrado dilucidar el denominado “Problema del Milenio” de P versus NP, base para la existencia de máquinas –androides- capaces de autoconciencia y emociones.
McEwan ensaya en las páginas de la novela como decíamos, el devenir de eventos de signo opuesto al histórico, no obstante, da cuenta de cómo pese a todo, el mundo ha terminado siendo tal cual lo conocemos; donde la tecnología se ha vuelto omnipresente, pero no por ello, se ha convertido en la solución a los grandes problemas de la humanidad; así, enumera lo que sucede en esta realidad alternativa: “El verano era caluroso y a veces ardiente. Aparte de la impopularidad del gobierno, había muchas cosas en alza: el desempleo, la inflación, las huelgas, los atascos de tráfico, la tasa de suicidios, los embarazos adolescentes, los incidentes racistas, la drogadicción, los sin techo, las violaciones, el acoso y la depresión entre los niños. También aumentaban ciertos elementos positivos: hogares con retretes en la casa, calefacción central, teléfonos y banda ancha; enseñanza hasta los dieciocho años, estudiantes de clase obrera en la universidad, asistencia a conciertos de música clásica, propiedad de coche y vivienda, vacaciones en el extranjero, visitas a zoos y museos, salas de bingo rentables…” Como si hombres y mujeres puestos a desenvolverse en condiciones históricas diferentes, tendieran siempre a desarrollar las mismas acciones, incluso las que lxs conducen a su propia destrucción.
Cuántas veces nos hemos preguntado qué pasaría si hubiese sucedido de otro modo. En un pasaje al inicio del relato, aparece esta idea clave en la historia y para entender la novela como laboratorio donde el autor ensaya tales representaciones:
“El presente es el más frágil de los constructos improbables. Podría haber sido diferente. Cualquier parte de él, todo él, podría ser diferente. Resulta cierto del asunto más pequeño y del asunto más grande. Qué fácil concebir mundos en los que la uña de mi dedo del pie no se ha vuelto en contra mía; en los que soy rico, vivo al Norte del Támesis después de haber tenido éxito en alguno de mis proyectos; en los que Shakespeare hubiera muerto en la niñez y nadie lo hubiera echado de menos, y los Estados Unidos hubieran tomado la decisión de lanzar en una ciudad japonesa la bomba atómica que habían perfeccionado; en las que no se hubiera lanzado el operativo de las Falkland, o el destacamento militar hubiera vuelto victorioso y el país no estuviera ahora de duelo…”
Qué fácil concebir mundos… dice, pero sabemos que no lo es, este mundo creado por McEwan a través de su lúcida pluma, es un portentoso engranaje puesto a funcionar a partir del lenguaje. La idea del lenguaje –hilo conductor de este número de la revista- solo se menciona en el texto a partir del conflicto que suscita para la IA y para el que solo la resolución del famoso P vs NP permitiría que las máquinas accedieran a él, sin embargo subyace a toda la novela, como metáfora de lo más íntimamente humano.
Al mismo tiempo, discurriendo entre el devenir histórico alternativo y las especulaciones científicas se entretejen las historias personales de Charlie y Miranda, Mark, las del propio Adán…
Nada de lo humano les es ajeno, ni siquiera a Adán –la máquina- que como los otros 24 Adanes y Evas creados como prototipos, deberá luchar contra las contradicciones propias de los humanos, de lo “humano” que hay en él, para poder sobrevivir.
El relato nos va mostrando las vidas de múltiples personajes con sus temores, anhelos, tragedias y dilemas morales; tal y como nos ha acostumbrado McEwan con su prosa, nos conduce por los senderos de lo profundamente personal, a las preguntas que nos hemos hecho desde el inicio de los tiempos respecto de quiénes somos, qué nos hace ser humanos.