
Intuiciones fragmentarias en un mundo enigmático
Por Patricia Cuscuela
Escribo cuando no tengo más remedio,
cuando estoy realmente disparada al vacío.
Celia Gourinski
Instantes suicidas es un libro enigmático y misterioso. No porque hayamos encontrado el tesoro del sentido en sus poemas sino porque descubrimos una obra que se resiste a toda interpretación conclusiva; no permite a los lectores permanecer mucho tiempo en la estabilidad del significado, del signo. Nos desvía, nos desubica, nos expulsa de los lugares comunes de la lengua; nos vuelve nómades.
Estamos hablando de quien muy tempranamente leyó a Rimbaud, a Lautrémont, se maravilló con Breton, la experimentación con el lenguaje y los modos de representar lo real. Fue parte de un grupo surrealista argentino de poetas hombres (1), es decir fue una mujer vanguardista en un escenario masculino, donde Aldo Pellegrini, reconociendo su escritura subversiva y transgresora, la apadrinó, publicó y prologó su primer libro. Allí el autor refiere a los artistas que falsifican el surrealismo y la poesía:
“Celia Gourinsky vive esa realidad con una inocencia feroz, armada de su pureza esencial, envuelta en imágenes tan profundamente reales que tienen el aspecto del delirio. Con esa inocencia se sumerge en la noche y el espanto y se familiariza con ellos y en medio de la noche y el espanto descubre para nosotros el resplandor lacerante de la poesía”. (Prólogo de El regreso de Jonás: pag.464)
El primer poema de Instantes Suicidas es la entrada al terreno irregular, resbaladizo, hacia el sentido. Momento en que el lector se pregunta cómo encontrarlo.
Hambre palabras poderosas.
La piel más joven un mundo para adentro.
Me piensan yo como sin tranqueras.
Extraño el sol casi espero.
Todo lo que soy son palabras poderosas.
Hambre no siento no claudico.
El sol tan débil se vendió mentira.
Hambre madre púdica padre precoz.
Palabras poderosas objetos mudos.
Hambre palabras poderosas.
Hambre al parto y a la muerte.
Me como a mí mismo.
Y antes de nacer, Yoel.
La experiencia de lectura supone la apertura de una constelación de interrogantes imposibles de cerrar, de argumentar: ¿Quién dice yo en sus poemas? ¿Son los demonios de la poeta los que hablan? ¿O es que sus palabras ocupan el vacío dejado por dios?
El sujeto lírico en este poemario es inestable, identificarlo resulta una tarea ardua. La primera persona se entrega, dice, se resquebraja, duela.
¿Para quién habla? ¿A quién se dirige?
Por momentos se piensa que C.G. nos muestra su poesía al mismo tiempo que nos cierra todas las puertas para la interpretación o mejor: que cierra y abre intermitentemente pequeños vanos por los que podamos atisbar sus letras para encontrar algún sentido posible ahí donde la lógica se bifurca infinitamente hasta desaparecer.
En este poemario Celia Gourinski rompe la gramática, sus poemas incomodan la lengua. Más allá de lo que significan los versos quebrados surge el eterno misterio de los sentidos, de la duda sobre qué nos quiso decir.
Seguramente nunca sabremos por qué el verso “constelarse es el paso para callar”, se repite varias veces. Suponemos que, para evitar el ejercicio doloroso de callar, la poeta elige decir, encriptando sentires. Esto produce un efecto de fascinación, aunque también perturba. Una constelación tiene la forma de una alegoría, una constelación es una figuración de las estrellas distanciadas entre sí, es decir que la subjetividad lírica está dispersa, azarosamente, como los caligramas de Apolinaire.
La repetición en exceso es un principio constructivo que potencia la interpretación de los poemas; sin embargo, en cada repetición puede vislumbrarse una diferencia de significado. Esta singularidad de su poética está sostenida en la intermitencia y no en la completud. De este modo el sujeto lírico despliega ese procedimiento para ahondar la incertidumbre.
En una entrevista C.G. dijo que Yoel y Mapahí, palabras aparentemente sin significado incluídas varias veces, son mantras, al igual que todas las repeticiones. Puntualmente Yoel y Mapahí se dirigen hacia la esencia, el origen de la vida.
Vinculado a esta idea, encontramos la Poesía como oración, como rezo. La poeta acude a su escritura buscando protección, así dice en su frase escogida como epígrafe de este trabajo. Etimológicamente, rezar viene del latín recitare que a su vez significa leer en voz alta. La poeta ha dicho que la poesía es religión, está llena de dioses, es un lugar donde el poder de la palabra se traslada a la persona que escribe, por tanto, la vuelve poderosa.
Lo más intenso de la experiencia de lectura del poemario es el encuentro con su música. Los poemas de Instantes Suicidas conforman un concierto musical formado por melodías truncas, disociadas, algunas constan de unas pocas notas y sin embargo potencian la obra dándole una mágica composición, tan atractiva como inquietante que parece establecer un diálogo entre la escritura de C.G. y la música atonal. Esta música, a la que pertenece El clave bien temperado (2) de Bach que Celia Gourinsky gustaba interpretar, surge durante la segunda mitad del siglo XIX, después del romanticismo y del cromatismo; se llama atonal por ser lo opuesto a la música del sistema de escala mayor o menor, en ella los sonidos fluyen de manera impredecible para nuestros oídos causando una sensación de caos. Según los expertos, en la música atonal hay una amplia libertad para expresar sentimientos; sonidos que muestran y provocan emociones sin formar un gran conjunto entre ellos, sino más bien melodías que aparecen y desaparecen en el silencio.
Es en esa similitud de las estructuras donde aparece lo exótico, en tanto la poética parece coincidir con las partituras de la música atonal estableciéndose una correspondencia rítmica entre ambas. El juego con las palabras formando ideas aparentemente incongruentes presenta una realidad distinta a la que nos hemos construído y por tanto nos resulta absurda, sin orden, como sucede con la música que rompe con las jerarquías afianzadas por siglos.
Jorge Smerling en su Nota sobre la obra de Celia Gourinski, publicada en Diario El Tiempo, 2/03/2003, dice que Instantes suicidas es un libro impar y establece una relación entre él y El regreso de Jonas. Según sus palabras, son “libros aparentemente distintos, aunque sólo en el lenguaje utilizado” pero que ambos “tienen en su fondo el sello o tatuaje de la alquimia, el andrógino del que Platón hablaba”.
En virtud de la gran preparación musical de Celia, que incluso la llevó a escribir ensayos sobre Bach y la música atonal, partiendo de la base del “círculo de las quintas” de Pitágoras, esto sumado a su formación filosófica así como su interés por la alquimia y su temperamento libre, afecto a subvertir órdenes, podemos pensar que estos dos libros, escritos con once años de diferencia, ligados por un profundo sentido descarnado y un tono surrealista, emulan la obra musical de Bach, predilecta de la poeta, que consta de preludios y fugas y también fue escrita en dos ciclos con un intervalo de veinte años entre el primero y el segundo.
Extraño el sol casi espero.
Todo lo que soy son palabras poderosas.
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(1) Aldo Pellegrini; Enrique Molina; Francisco Madriaga;Julio Llinás, Juan José Ceselli; Juan Antonio Vasco y Carlos Latorre.
(2) Bach escribió una colección de veinticuatro preludios y fugas en todas las tonalidades posibles, las mayores y las menores, para ser tocados en un único y mismo teclado. El clave bien temperado es una obra fundacional. La colección, admirable, magistral y variadísima, fue concluida en 1722. Inquieto, veinte años después, Bach concluyó una segunda serie con otros veinticuatro preludios y fugas. Las dos fueron editadas luego de su muerte.
Bibliografía:
En ocasión de la aparición de un cometa, Hilos editora 2022, edición al cuidado de María Mascheroni.
El clave bien temperado: Armonía, contrapunto y simbología. Fugas núms.8 y 14 (Vol.1) Wilfrid Mellers. Revista de especialización musical, ISSN 1134-8615, ISSN-e 2660-4582, Nº 18, 2000, págs. 101-123