
El verano sin hombres
Por Claudia Lucero y Laura Tundidor
El nombre Lecturas nómades nos acerca al sentido que queremos darle a nuestra sección, que no es precisamente el de la reseña académica. Con este título apelamos, más bien, a la idea del placer que conlleva la lectura y la libertad que implica el acto lector. El encuentro de los términos no alude a una obviedad, sino que invita al ejercicio pleno de este placer trashumante, por los caminos que nos sintamos tentadxs a seguir y los que queramos acercarles a lxs lectorxs.
En nuestra mirada prima el desafío, la inquietud frente a lo desconocido, el disfrute de adentrarnos en territorios nuevos, de vagar por los mundos diversos que nos proponen escritores de distintas épocas y lugares, con una expectativa “adánica” que esperamos, puedan compartir quienes nos lean.
En esta ocasión, quisimos recorrer las verdes praderas del territorio de Siri Hustvedt, una novelista contemporánea prolífica y galardonada, poeta, ensayista, filóloga y psicóloga norteamericana, cuya mirada sutil convoca a indagar en los intersticios de la condición humana, particularmente, la femenina.
A través de su recorrido, la autora nos conduce a preguntarnos por aquellas circunstancias que muchas veces dejamos de ver, absorbidos por el trajín de la vida diaria.
El primer acampe en nuestras lecturas nómades, es:
El verano sin hombres
de Siri Hustvedt
Leer a Siri Hustvedt es encontrar un refugio. “No se puede vivir sin asentarse sobre tierra firme, sin sentir un espacio que no solo es externo sino también interno: un espacio mental”, dice en este texto. Y eso es exactamente lo que sentimos al leerla, que hemos encontrado ese espacio mental donde lo cotidiano, lo nimio y a la vez trascendental de la existencia, tienen su lugar y su forma. Ésta se materializa a través de las palabras que han dado con la medida de las cosas, no sabemos si de todas, pero sí con aquellas que constituyen ese ámbito en que debatimos con nosotrxs mismxs acerca de lo que llamamos tiempo, el recuerdo y todas las situaciones por las que atravesamos y que nos atraviesan convirtiéndonos en otrx, aunque sigamos siendo lxs mismxs.
Así como lo afirma la narradora de esta historia cuando funciona como presentadora de “Persuasión” de Austin en el club de lectura: “Un libro es producto de la colaboración entre el lector y el texto y, en el mejor de los casos, ese encuentro da lugar a una historia de amor como cualquier otra”. Indudablemente, con este libro comienza nuestra historia de amor con Hustvedt, un relato contado por Mía, una profesora a quien su marido le pide una “pausa” en su matrimonio de 30 años, a partir de lo cual empieza su derrotero. Los muebles de su espacio interior, que fueron brutalmente cambiados de lugar, empiezan a cobrar vida y son reorganizados poco a poco; muebles que lxs lectorxs reconocemos como propios, porque también los hemos habitado.
Así como las asistentes del club de lectura, tendemos a borrar las huellas entre los personajes de carne y hueso y “los compuestos por las letras del alfabeto”. Nos sentimos parte de ese universo en el que se mueven los protagonistas de El verano sin hombres, porque Hustvedt constantemente apela al lectorx, le agradece, lx tiene en cuenta, lx mima, lx hace presente en cada paso de su historia. Nos hace confidentes, cómplices de su razonamiento, y nos dejamos llevar, arrullados por el vaivén de su escritura, que en definitiva va relatandonos a nosotrxs mismxs.
“Me he dado cuenta de que ocultar resulta tan interesante como contarlo. Me fascina cómo el habla, ese corto viaje entre nuestro interior y el exterior, puede ser tan doloroso bajo ciertas circunstancias”. Pese al dolor, la narradora nos cuenta acerca de cómo las palabras pueden sanarnos y ayudarnos a curar, como cuando dolida por el acoso sufrido en su adolescencia, se impone decir: “yo soy” (I am), invirtiendo las letras de su nombre, aunque se empeñen en no querer verla. También habla de los secretos mantenidos durante mucho tiempo y de cómo nos abrigan en los peores momentos.
Nos sentimos parte del mundo de los cuatro cisnes, de la vecina joven y afable, de su hija de 4 años y el pequeño Simón, de Daisy y Boris, y las siete adolescentes del taller de escritura. Son como los puntos de una constelación que no podemos dejar de mirar en el cielo que nos regala Hustvedt, tan cotidiano, y la vez, tan trascendente. Estrellas que se muestran luminosas por momentos, y por otros, con su faz oculta, a las que igual nos animamos de la mano de Mía. Así como las estrellas, cuya luz vemos ahora pero en verdad se originó hace millones de años, de la misma forma nos asomamos a sus historias a través de los ojos de la narradora. Escrituras y lecturas en pasado, presente y futuro, en las que se encuentran sus vidas, y también las nuestras.
Esa es la magia del refugio creador que nos propone Hustvedt, haciéndonos caer en cuenta de la confluencia de tiempos y de nuestra capacidad de generar las tramas en las que se despliegan nuestras vidas.