Año III

28 de septiembre de 2023, La Plata, Buenos Aires, Argentina

“Si avanzo, sígueme; si me detengo, aprémiame; si retrocedo, mátame”

por Indira Sánchez Guanzetti y Patricia Cuscuela

“…La tierra que es madre

te da los sonidos,

sabores y sinsabores

se quedan en los caminos.

(…)

Ciudades lejanas,

domingos del alma,

en el puerto de unos ojos

se amarra nuestra esperanza.”

Borrando Fronteras, Peteco Carabajal 

(chacarera, música popular argentina)

Nuevamente nos deslumbra el principio constructivo de un poemario. Esta vez nos referimos al Libro centroamericano de los muertos, de Balam Rodrigo Pérez Hernández,  ganador del Premio Bellas Artes de Poesía de  Aguascalientes 2018. Este libro pone en clave de poema a las graves vejaciones, torturas y muertes sufridas por los migrantes en su travesía de cruzar México, desde el río Suchiate hasta el río Bravo, a bordo de La Bestia (1). 

Balam Rodrigo nació en Villa de Comaltitlán, Chiapas, México, el 11 de octubre de 1974. Ex futbolista, biólogo y diplomado en Teología Pastoral, autor multipremiado con más de veinticinco libros de poesía publicados, con poemas traducidos al inglés, portugués, alemán, polaco y francés.

 Libro centroamericano de los muertos impresiona por su crudeza, por la severidad del lenguaje y de las imágenes que de él surgen.  A pesar de ello, el interlineado usado acertadamente  en la estructura de los poemas  ayuda a dar aire a los mismos, los hace respirar y acompaña su lectura. Irrumpe con su poesía en el silencio de la muerte y la desaparición, rescata historias, imagina el discurso doloroso de las almas que buscan su descanso. Es en ese mismo extenso territorio  en el que paradójicamente el Día de los Muertos se rodea de una aureola de fiesta y color, de celebración a la vida y de reencuentro con los difuntos que se cree regresan a nuestro mundo por un día e incluso  fue designada como Patrimonio Cultural Inmaterial por la Unesco. 

Toma la voz antigua de fray Bartolomé de las Casas en “Brevísima relación de la destruyción de las Indias”, la interviene actualizándola a la manera de un palimpsesto incorporándola en los epígrafes. Realiza este procedimiento con un estilo pulcro en el que mantiene el castellano antiguo original y pone en cursiva sus intervenciones. De esta forma la lectura fluye logrando así el resultado buscado: mostrar la antigüedad de los horrores y masacres del hombre por el hombre.

El autor coloca  como títulos, en los casos de muertos a manos de fuerzas institucionales, las coordenadas donde mal descansan los migrantes, configurando así un epitafio con  la  voz de quienes  llevan como única bandera  lo puesto y el solo alimento de su hambre, quienes intentaron alcanzar la frontera norte de México detrás de un sueño pero que ahora recorren el camino inverso como almas en pena hacia el inframundo. Los poemas van trazando de esta manera, un mapa imaginario de este recorrido. 

Balam Rodrigo se define a sí mismo como un obsesivo del trabajo al que denomina oficio ya que como poeta ocupa tiempo en madurar  una o varias ideas, hasta varios años de elaboración, para darle vida y forma a ellas en una forma que define como “disparatada” por escribir  con lápiz, en libretas, escribiendo y leyendo en voz alta constantemente, hasta encontrar el ritmo adecuado.

 El poema que transcribimos puede considerarse el arte poética del libro que nos ocupa

¿DONDE HA QUEDADO NUESTRA LENGUA?

I.

Una honda tristeza me golpea en estos días.

¿Qué sentido tiene lo que hago y escribo?

No se inmutan los astros. Ríe Dios, nos sueña.

Sólo la respiración nocturna de mi mujer y mis hijos

me dice que estoy vivo. Cierro los ojos a ratos

y mi cuerpo cae en el vértigo de la sangre sin sueño.

Reconstruir los rostros de la infancia, 

los de aquellos migrantes centroamericanos que vivieron,

comieron y soñaron entre los horcones de mi casa.

Sus cuerpos y nombres se han vuelto niebla,

dibujados con cal en la memoria,

como los dibujos garabatos que tajo en este libro.

2.

El tren de la memoria se descarrrila, de golpe,

en mis manos. Manos con las que mis hermanos

y yo -monedas de carne aplastadas por el tiempo-

poníamos la cabeza de níquel de los héroes de la patria

sobre rieles para que las aplastara el tren hasta lograr

macabras muecas, dolorosos y deformes rictus, risas torcidas,

desvanecidas, migrantes hacia el rumbo sin norte de los sueños.

3.

Busco los rastros de la infancia como quien busca

una pepita de oro en la basura:

llego al pueblo, camino por la calle Central,

doblo en su esquina solar y allí, sin almendros,

al frente de este incendio sin fuego,

se yergue mi antigua casa en el centro del mundo.

Apenas me acerco, busco mis huellas, pero no encuentro ninguna.

Camino hacia el andén y luego hacia el puente del ferrocarril:

sólo rescoldos aplastados por La Bestia del tiempo

sobre los duros y filosos rieles de la existencia.

(Migré por la vida y salí decapitado

por su imparable y despiadado tren).

4.

Al escribir me asaltan dudas violentas y rabiosas:

ladran y resuellan como perras frente al mar.

Música de tumbas. Ecos. El filoso machete del silencio

lo taja todo. Soledad, su mar oscuro de principio a fin.

Brevedad y náusea en la garganta, vértigo en la médula

de los huesos. Me quiebro de polvo y de vacío.

Yazgo a merced de mis escombros, de mis ruinas,

fragmentos de azar con los que levanto estas páginas

en medio de la nada como un castillo de ego,

fortaleza de naipes ajados por las manos de Dios,

por su voz de relámpago sin eco.

5.

Mientras escribo, me quema la garganta y los ojos

el rostro de mi padre, la antorcha amarilla de su hígado

que alumbra la claridad de mi dolor.

Las manos fuertes de mi padre, pájaros ardiendo

entre los árboles, su mirada de arcángel degollado,

dulce y siniestra, y sus ojos, que siempre me visitan

en los buses, escriben su mirada con letras de sangre

en estas líneas.

6.

Aplastados contra el asfalto de la noche,

somos luna perforada contra la negra tela del cielo

en este octubre viejo, desconsolado, vacío,

ancestral memoria del hombre que solloza frente a la hoguera.

¿Qué tren -quizás el de Dios- nos desfigura

como a las monedas deformes, sucias,

tintineantes y aplastadas contra el cielo,

caídas desde los bolsillos rotos de la infancia?

7.

Entre los rieles de este libro yace mi lengua:

descuartizada.

Balam  habla por él, por los que llegaron, por los desaparecidos y los muertos. Escribe desde su propia historia y la historia de su familia, habitantes del sur de México, muy cerca de la frontera con Guatemala; el libro también incluye fotografías. Conocedor de esa zona permeable y gris donde un río marca el límite que se atraviesa para mercar corriendo todos los riesgos (su padre fue vendedor ambulante y él ocasionalmente lo acompañaba). El recuerdo de sus padres siempre dispuestos al asilo y a la asistencia de parientes y conocidos migrantes, errantes en ese destino incierto siempre está presente.

Se pregunta ¿para quién estoy escribiendo? asumiendo una actitud ética que suma a su particular estética, construyendo un sujeto lírico comprometido social y políticamente, para  establecer un diálogo intertextual entre sus propias obras. 

Según dijo el mismo Balam, en una entrevista (2) sobre su libro “Iceberg Negro”, un ángel le había dictado los fragmentos y poemas completos: “Es un libro que llegó en mis sueños… El ángel me decía: el poeta es un ángel que atraviesa el corazón con la lengua desenvainada. Vi entonces que el ángel que me hablaba tenía en la mano su lengua que chorreaba sangre. Estos ángeles de ensueño no son esas representaciones de seres alados suaves y delicados, sino auténticos guerreros con escudo y espada, prestos a las batallas.” El poeta da su propia batalla con el arma más poderosa: su palabra, palabra-machete, como la herramienta utilizada para atravesar los caminos hacia la libertad, desafiando la incertidumbre a cada paso; palabra-machete que persevera contra el silencio de las víctimas que latentes, se aferran al pulso de la tierra.  Es a través de la poesía, donde encontró la soberanía para poder escribir “en un estado de  conciencia poético” (3), encontrando también un espacio para manifestar la experiencia del dolor compartido porque “compartir el dolor pesa menos”.

Los rieles del ferrocarril por donde se desplaza La Bestia atraviesan este  libro  y se  constituyen en la gran metáfora de una poesía descarnada, cruda y filosa como un machete.

“El corazón es un animal en exilio

cuya patria es el amor.

El migrante es un ángel sin patria

cuyo país es el dolor.

El exilio es una patria sin corazón

cuyo nombre es México.

México es un animal con rabia

que migra, sin amor.”

(1) La Bestia también llamado Tren de la muerte  es un tren de carga de materiales como maíz, cemento y minerales, que va de sur a norte desde Tenosique, Tabasco hasta Estados Unidos.

(2)El poeta es un ángel que atraviesa el corazón con la lengua desenvainada. Entrevista con Balam Rodrigo”, Hamlet Ayala, en Tierra adentro 

(3) Periódico de Poesía. Nro 108/ Abril 2018 (Entrevista por David Aunar)

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